Habían acabado de hacer el amor,
ella se postró en la orilla de la cama y le dijo mientras se hacía una cola en el cabello:
—Hubiera querido conocerte antes para poder amarte sin ataduras, sin escondrijos, sin silencios, y no sufrir por la idea de saber que eres la persona correcta pero en un momento equivocado.
Las palabras que él emanaba eran trueno, siempre de alguna manera hacían sucumbir sus miedos y le aliviaban, pero ella sabía que para este sentir no existía respuesta alguna que le consolara.
—No te mortifiques amor —le dijo.
Le abrazó el alma y con voz tibia le dio una vez más la respuesta que ella ocupaba escuchar.
—Sí, de habernos conocido antes de ser prohibidos tal vez hoy estaríamos unidos, pero tal vez también ahora otra persona estuviera aquí en mi lugar para consolar el sufrir impotente que en ese momento sintieras por él a causa de nuestra rutina; este fue el mejor momento en el que nos pudimos conocer
Y le besó, y le abrazó más fuerte.
—Te amo —susurró.
Gustavo Hernández
